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Estan llenas de inocencia y de dulce de membrillo. Es tan placentero mezclar los ingrecientes, formar la masa, estirarlas, hacerlas, comerlas. No podría no quererlas, no podría odiarlas. Son una de las pocas cosas que me hace sentir bien por menos de 10 minutos porque me desconecto del mundo y vivo para ellas.
- Lo que más importa : son sanas.